Posiblemente uno de los aspectos más positivos legados a la enseñanza y a la práctica por la evolución de la Arquitectura desde la década de los años setentas, sea el de reintroducir el estudio de la teoría como un componente definitivo para el oficio del Arquitecto.
Ante la hibridez y pobreza conceptual, sumados a la tradicional pericia gestual y empírica que fue dominante no sólo en la Arquitectura colombiana sino en toda una concepción global de una modernidad ya desgastada y envilecida, renace una necesidad de reflexión,
argumentación polémica, de retrospección y de señalamiento conceptual, que ha venido a airear el ya sofocante ámbito del practicismo profesional que invadía nuestras facultades.